1491. Granada. Boabdil (أبو عبد الله محمد) cede ante los Reyes Católicos: tomad Granada, pero:
[...] Que los moros podrán mantener su religión y sus propiedades. [...] Que los reyes sólo pondrán de gobernantes gente que trate con respeto y amor a los moros y si estos faltasen en algo serían inmediatamente sustituidos y castigados. [...]
Los Reyes Católicos contestan que sí, que lo que quiera y por dentro suspiran ay, criaturica. Pero (ya van dos peros) encomendan a Fray Hernando de Talavera – primer Arzobispo de Granada – una importante misión: conversión pacífica. Algo así como inteligencia militar o guerra preventiva.
– Conviértelos. Ve, Fray Hernando de Talavera, ve. – le dicen los Reyes Católicos ante la Granada arábiga. Y el cura aprende árabe, predica y se gana un hueco en el corazón de los mudéjares que, convencidos por sus buenas palabras, le bautizan como el Santo alfaquí.
Segundo asalto. Nueve años después, los Reyes Católicos se dan un paseíto hasta Granada.
– Mucho aire moro. – comentarían, paseando de la mano pausadamente por las calles de carácter musulmán. – mucha vestimenta mora, mucha arquitectura mora, muchas costumbres moras, demasiado moro todo.
Y llaman a Cisneros. El Cardenal Cisneros no se anda con bondad y mansedumbre: o eres cristiano o te conviertes a base de sobornos o te pegamos una paliza. Los libros moros, a la hoguera. Los Reyes Católicos se desentienden del asunto: ¡no eran ésos nuestros mandatos!, exclamarían escandalizados después de ver el destrozo.
Pero los mudéjares seguían ahí. Y se rebelaron, traicionados por una España que les había prometido libertad de religión y les estaba convenciendo para convertirse. Cisneros encierra a los líderes de las protestas. Así que un oficial de Cisneros es asesinado, y se pide la destitución del propio Cisneros.
Los musulmanes se revelan. Se dice que han roto el pacto de Boabdil. Pero en ese momento el pacto está más que roto por ambas partes y se toma otra decisión. El que no sea cristiano, que se vaya de España o que se bautice y vaya pensando un nuevo nombre.
A los que se quedaron - bautizados, Fernandos e Isabeles si no se les ocurría nada cristiano – se les llamó moriscos.
Carlos V es apoyado por ellos: os habéis ganado premio, niños, podéis usar vuestra lengua; adelante con vuestra cultura.
Felipe II opina: Qué lengua, vestidos, ceremonias ni qué niño muerto. Luego los moriscos hacen una revuelta en Las Alpujarras y Felipe II piensa yo tenía razón, qué malos que son estos moros.
La tensión en España es extrema. Los castellanos viejos odian a los moriscos, y Felipe II teme por una posible unión entre moriscos y piratas o franceses o turcos y piensa mamá, miedo. En diversas ocasiones se traza un plan de expulsión. Pero los moriscos son ideales para la semiesclavitud que practica la nobleza española, así que no cesan las presiones de los nobles para evitar quedarse sin servicio.
En 1609 (400 años ya, qué lejos, qué remoto), Felipe III lanza la esperada ley de expulsión que desprende a España de la única riqueza de la que disponía el país, rancio y vetusto. Valencia pierde la cuarta parte de la población, la agricultura se paraliza, la burguesía se arruina, falta mano de obra.
A la vez, Túnez, Turquía y las costas norteñas de África se nutren de población. Les llega cultura nueva; arquitectura, costumbres, gastronomía, literatura, música y artes que habrían de forjar lo que años más tarde, mezcladas con su propia historia, serían sus costumbres.
Mientras, en la Corte, la Corona alzaría una copa, y disfrutaría del Triunfo y la Gloria de ser la España firme que pone los puntos sobre las íes a los moros. ¡Fuera problemas!, proclamarían a gritos. Creyendo que habrían ganado algo, festejarían durante toda la noche despilfarrando alcohol y comida; cuando en realidad, no habrían hecho más que perder un legado de riqueza cultural, y al fin y al cabo, lo único en lo que habrían vencido sería seguir vapuleando a su antojo a una España austera, árida y estancada.
El ser humano que se mueve por intereses, razones ocultas, chivo expiatorio. Todo nos suena demasiado cotidiano, demasiado nuestro. Adquirido de una manera que asusta.
Y aún hoy en día, "iros (sí, sí, iros) a vuestro país" me suena tan tosco y tan añejo y racista y genocida que me da escalofríos.
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Nos hemos movido siempre por razones ocultas, pero com has dicho todo tiene sus pros y sus contras. Creían que expulsando a los moriscos conseguirían tener un territorio homgénio para poder mandar sin diversidad de opiniones para poder imponer sus ideas sin problemes ni discrepancías, aunque el precio fuera perder riqueza cultural y de conocimientos. Pero siempre se antecede el poder ante la cultura, el poder ante las personas.
"Iros a vuestro país" es tan tosco como común, cosa que es aún más triste.